Jeremías 31:3 Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia.
Desde muy chico creía que la vida me debía algo, sentía que siempre pagaba un precio muy alto para poder alcanzar mis metas o sueños.
Aquel resentimiento se convirtió en amargura, además sentía que mi timidez me cerraba muchas puertas y oportunidades.
A pesar de mi enojo Dios se acercaba a mí, buscaba llamar mi atención, pero yo era tan torpe que no lo entendía, no lo comprendía.
Su amor fue tan grande que se estiró hasta mis peores momentos, su misericordia llegaba hasta el punto más bajo de mi existencia, pero yo lo rechacé.
Su cariño inmenso se siguió prolongando en cada uno de mis intentos por encontrar mi propia felicidad, nunca se detuvo a pesar de mis continuos fracasos.
Su favor seguía firme mientras yo me desmoronaba, fue un faro de esperanza cuando en mis fuerzas no podía dar más.
Allí estaba Él esperándome con los brazos abiertos, diciéndome que me amaba con amor eterno, que su fidelidad estaba siempre reservada para mí.
Su amor desde las lejanías de mis pecados me llamó, me atrajo hacia Él para nunca más soltarme, soportó todos mis rechazos hasta alcanzarme.
Tan dulce y genuino fue su amor, era el remedio que mi alma hambrienta necesitaba, su amor me embargó tan profundo que nunca más fui el mismo.
Su compasión por mí me hizo amarlo genuinamente, su fidelidad me asombró tanto que no soy capaz de dejarlo porque sé que no existe nadie que me ame así.
¡Gracias Dios mío por tan bello y grande amor!
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