Cuando Jesús vino al mundo era Dios viviendo entre nosotros como un humano, y nos mostró cuán grande era su amor. Cuando vemos a Jesús podemos ver al Padre, podemos conocer cuánto es que Dios nos ama.
¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras. Juan14:10-11
En Lucas 5:12-13 Sucedió que estando él en una de las ciudades, se presentó un hombre lleno de lepra, el cual, viendo a Jesús, se postró con el rostro en tierra y le rogó, diciendo: Señor, si quieres, puedes limpiarme. Entonces, extendiendo él la mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra se fue de él. Aquel hombre con lepra de seguro habría pasado mucho tiempo sin sentir afecto, era rechazado por su enfermedad, era considerado impuro y nadie debía tocarlo. Jesús pudo haberlo sanado con el poder de la palabra, pero prefirió tocarlo, le demostró amor con un gesto que de seguro embargó su corazón.
En Marcos 10:21 Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. Un joven se postra ante Jesús para preguntarle cómo puede alcanzar la vida eterna. Jesús comienza a relatarle los mandamientos, ante lo cual el joven dice haberlos ya cumplido. Jesús lejos de enojarse lo mira con amor, Él comprende a la humanidad, sabe cuánto nos gusta adularnos, conoce que mentimos y somos imperfectos, y aun así nos sigue amando.
En Marcos 6:34 Y salió Jesús y vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas. Jesús vio a la multitud como ovejas que estaban perdidas, que estaban desprotegidas y desamparadas y anhelantes de pasto. Cuantas veces Jesús quiere ayudarnos, quiere ser nuestro pastor, quiere cuidarnos, quiere llevarnos a comer buenos pastos, enseñarnos tantas cosas, y nosotros lo tratamos con desprecio, lo ignoramos y seguimos perdidos en nuestra rutina, en nuestra ignorancia, y en nuestra necesidad de Él.
En Lucas 19:41 Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella. Jesús amaba Jerusalén, pero sus habitantes no lo reconocían, no entendían que verdaderamente Él era el Mesías, el hijo de Dios que había venido a salvarlos. Actualmente Jesús también llorará cuando no queremos reconocerlo, cuando por la dureza de nuestros corazones no queremos aceptar su salvación, cuando no comprendemos lo frágil que es la vida, que sin Él nada somos.
En Juan 15:13 Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos. Jesús nos dio la prueba máxima de amor al morir por nosotros en la cruz, Él dio la vida por sus amigos; por todos nosotros que lo amamos; por los que luchamos día a día por nos fallarle; por todos aquellos que no le conocían; por cada uno de los que tropiezan y vuelven a levantarse; por todo aquel que le falló, pero vuelve al Camino.
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